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Welschen: «Es la sojización la que pudrió toda la productividad y el medioambiente»

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La potencialidad avícola y maderera, y la ineficiencia ganadera. Las reconversiones pendientes y el final de la citricultura

El exsecretario de la Producción, ingeniero Daniel Welschen, fue categórico al afirmar que la citricultura y la producción de arroz desaparecerán de Entre Ríos, por sus problemas de escala, y falta de inversión e innovación, al igual que destacó la eficiencia del sector avícola, definió al productor ganadero como «conservador» y manifestó la necesidad de incrementar notablemente la forestación. Tras calificar como «nefasta» la sojización y restricción a las exportaciones promovidas por el kirchnerismo, se mostró partidario de revisar el cuadro impositivo para los sectores productivos, aunque manteniendo las retenciones para la soja.
—¿Dónde naciste?
—En el Hospital San Martín pero pasé mi infancia y juventud –y mis padres vivieron hasta 2007– en La Balsa –camino a Villa Urquiza–, a donde se trasladaron por una cuestión de salud. Hice la escuela primaria en la escuela 41, el secundario en Alberdi, volvía los fines de semana, fui a la Facultad de Agronomía y también regresaba. Mi papá tenía un almacén de ramos generales donde se vendía desde alambre de púa y cuadernos hasta dentífrico.
—¿Cómo era la zona en tu infancia?
—De pequeños productores y con mucha gente. En el almacén había cancha de bochas, de carrera de caballos, de fútbol, y mesas de truco y de pool. Los fines de semana se juntaban entre 70 y 80 personas. A la escuela –hoy con entre 20 y 25 chicos– asistíamos 80 o 90.
—Un índice claro del despoblamiento del campo.
—Sí, fue muy evidente; queda muy poca gente, la mayoría de las casas son taperas o se transformaron para fines de semana.
—¿Cuándo fue el punto de inflexión?
—Ya en las décadas del 70 y 80 se profundizó, especialmente con la juventud, que buscaba alternativas. Pensaban en irse a Buenos Aires, San Nicolás –por la construcción de los altos hornos– o también se iba mucha gente transitoriamente por la cosecha de maíz –al sur de Santa Fe y Córdoba–0.
—¿Qué veías al salir de tu casa?
—Campo para todos lados; aunque estábamos sobre un camino importante que venía de La Picada hacia Villa Urquiza y el que venía de Paraná, entonces circulaba mucha gente. Hacia Paraná veíamos el bañado en el valle del arroyo Las Conchas.
—¿Personajes del almacén?
—¡Uh, muchísimos! Mi padre era muy querido y hasta hoy los parroquianos hablan con nostalgia. Frente a mi casa había otro almacén muy grande, cuya dueña todavía vive.
—¿A qué jugabas?
—Al fútbol y andar en bicicleta. El flaco Collard era el dueño de la pelota y tenía una cancha en su casa.
—¿Venían a Paraná?
—Tres o cuatro veces por año, porque teníamos parientes o para comprar algo.
—¿Qué idea te hacías de la ciudad?
—Viví un año, así que la conocía, y andábamos en colectivo y en tranvía.
—¿Qué ancestros llegaron a la zona?
—Por el lado de mi mamá –Girard– no tengo conocimiento. Los Welschen son del cantón de Valais (Suiza) y mi tatarabuelo –Weldeling– fue de los primeros colonos. Mi bisabuelo –Vítor– tenía tres o cuatro años cuando llegaron.
—¿Mantuvieron costumbres propias?
—No, porque mi abuelo se casó con una Del Castillo, entonces se fueron mezclando. Lo que mantuvieron fue la religión protestante –cuya iglesia estaba en Colonia Nueva y donde estaba la casa paterna de mi papá.
—¿Sentías una vocación?
—Qué se yo… nuestros padres –básicamente mi madre– nos inculcaron que la actividad que hacíamos no iba a dar para que ninguna pudiera vivir de eso, porque sólo teníamos el almacén y una superficie pequeña de campo, así que apuntó a que estudiáramos. Éramos tres varones mayores y tras quince años nació otro.
—¿Qué imaginabas ser?
—Nos mandaron a Alberdi, la carrera de maestro eran cinco años y cuando la estaba terminando la llevaron a seis, así que pedí el pase a Cerrito. Mi idea era seguir Veterinaria –en Corrientes– pero comencé la carrera de técnico agrónomo universitario –en Alberdi–, que luego se transformó en Ingeniería.
—¿Te gustaba el campo o era el mandato familiar?
—Me gustaba, porque aunque me crié en un almacén convivía con los productores, hacíamos huerta y quinta, y teníamos algunas vacas. No era una convicción total pero me gustaba curar los animales.
Peronismo y producción
—¿Te aproximaste a la política durante la carrera?
—Sí, al final del secundario –en 1970– ya se comenzaba a hablar de política. El peronismo venía con mucha fortaleza en cuanto al restablecimiento de la democracia y la vuelta de Perón, así que en la universidad fue más intenso. Pero siempre tuve claro que estudiar también era importante, ya que muchos compañeros ingresaron para hacer política.
—¿Percibías algún tipo de conflicto entre dicha ideología y campo?
—No, porque Perón era una persona que apuntaba a la creación de fuentes de trabajo, producir y dijo que cada uno debía producir, mínimamente, lo que consume. Había muchos productores que necesitaban cambios tecnológicos y desde el peronismo no eran incompatibles las políticas sociales, el mejoramiento de la clase trabajadora, el acceso a la educación, con el desarrollo rural. Al contrario, se planteaba como contener a la gente en el campo y que no migrara a las ciudades, y cómo se le daba valor agregado a la producción.
—¿Con qué paradigma general te formaste en la facultad?
—Tuvimos una buena formación conceptual de cuál era el rol de ingeniero agrónomo, ya que estaba claro que primero había que hacer un mejoramiento de la producción, que había tecnología disponible que no se usaba y que no requería grandes inversiones –conceptos que tienen vigencia.
—¿Por ejemplo?
—Ayer leí un artículo que habla de un sistema de pastoreo en el cual se corre el alambrado eléctrico todos los días. Lo dan como una novedad y eso lo descubrió un francés, y los neozelandeses lo aplican desde la década del 50. Seguimos repitiendo los mismos conceptos. Trabajé ocho años como extensionista del INTA y muchas de las tecnologías que hoy se discuten se mejoraron, pero el principio es el mismo. Incluso antes había una visión mucho más conservacionista en los profesionales y productores.
—¿En la carrera se le otorgaba importancia a la conservación de los recursos?
—Sí, pero existía un sistema de labranza que ayudaba a la erosión –como el arado a favor de la pendiente y suelos pesados–, por el uso, inconsciente, que hicieron los colonos que vinieron a Argentina. Eso llevó a una pérdida de productividad, lo cual fomentó el éxodo. Cuando entré al INTA trabajamos sobre la conservación y recuperación del suelo, con técnicas para mejorar la producción –en el marco de una cultura muy arraigada en otro sentido.
 
Lo técnico y lo político
—Pertenecés a una generación política en que se realizaban las jornadas programáticas, algo que también se perdió en el camino.
—En la parte agropecuaria logramos formar un equipo que surgió de muchos técnicos del INTA, veterinarios, de la facultad y del Colegio de Ingenieros. Pero mientras trabajé en el INTA nunca confundí el rol de técnico y asesor –más allá de las medidas políticas y económicas. Muchos se quedan en la fácil de protestar, so pretexto de no hacer nada para cambiar. Armamos el Centro de Capacitación de Jóvenes del INTA y nos fuimos especializando en lechería –porque era una actividad que permitía sobrevivir en el campo–, y adaptamos los clubes de jóvenes –un modelo norteamericano para hijos de productores– a cada actividad –en el marco del cual hicimos convenios con Cotapa, Nestlé y el Ejército. Por entonces, el ingeniero (Nobel) Babboni –jefe del INTA– ya había trabajado en la incorporación del paquete tecnológico en productores, con resultados de mejora en la rentabilidad. Luego formamos grupos de productores por zona –con el antecedente de los grupos CREA– en los cuales se discutían experiencias y formas de mejoramiento. De los productores tamberos que quedan, la mayoría son chicos que pasaron por aquella capacitación, que luego se distorsionó.
—¿Modificaste esta visión cuando fuiste funcionario?
—Lo técnico y el trabajo en el INTA me sirvieron para instrumentar políticas, y así logramos tener en la provincia 1.000 productores en 87 grupos. Baboni lo continuó pero (José) Mouliá no visualizó que era una forma de contener al productor, al igual que el kirchnerismo, que tapó a los productores con subsidios pero igualmente se fueron del campo. Lo recreé en la última gestión de Busti –con 50 grupos–, pero Urribarri tampoco le dio un cacho de bola, no lo siguió y a las organizaciones gremiales no les importó. El productor chico no puede acceder a maquinaria, compra más caro y vende más barato, pero si hay diez tamberos y falta una cosechadora de forrajes, se pueden hacer compras asociativas –al igual que de insumos o semillas– o vender la producción en conjunto. Nunca logramos el apoyo de la Federación Agraria, que siempre está en la protesta y no se ocupa del mejoramiento del aspecto productivo y de la ineficiencia.
—También hubo una modificación de la propiedad y gestión de la tierra y la sojización, que fue determinante en este sentido.
—La sojización –promovida por el kirchnerismo, básicamente en la etapa de Cristina– fue una etapa nefasta para los suelos y la productividad argentina. En la primera etapa Kirchner le dio un impulso al campo y logró productividad. Luego, por las retenciones y restricciones a las exportaciones del maíz, el trigo y la leche, lo único rentable fue la soja –a la cual el productor se orientó como autodefensa–. Destruimos los suelos y las producciones que arraigan al productor, como el tambo, la ganadería –pastoril, no feedlot–, y el maíz y trigo –que permiten rotación y recuperación de suelos– se desalentó.
—¿El balance en Entre Ríos?
—Siguió el mismo camino que toda la producción nacional, agravado porque nuestros suelos no tienen la actitud agrícola de la Pampa Húmeda, así que el deterioro es superior. Del millón de hectáreas cultivables, teníamos de 400.000 a 500.000 con prácticas de conservación, por la ley que desgravaba a quien las hacía. Prácticamente se sacaron todos esos beneficios durante el gobierno de Urribarri y ahora no hay voluntad política de pensar en el mediano y largo plazo. Igualmente grave es el deterioro del monte nativo. En Uruguay es obligatorio hacer rotación de cultivos y conservación de suelos, y hay multas muy fuertes, porque es obligación del gobierno hacer ese cuidado.
—En Uruguay hay una tendencia al monocultivo forestal.
—Pero dentro de todo es un mal menor comparado con la sojización, porque mantienen un territorio con actividad ganadera y agrícola mucho más conservacionista que la nuestra. Nosotros descendimos en productividad. Macri tomó medidas correctas pero con las retenciones estamos volviendo a lo mismo.
—¿Cuál es el sector más virtuoso y con mayor potencialidad?
—Los que están vigentes y aprovechados son el sector avícola, que es muy emprendedor y cuando ganan plata la reinvierten, con lo cual lograron un desarrollo que les permitió pasar de 15 kilos por habitante y por año –en 1990– a 45 kilos, con un 30 por ciento de exportación. Es una corporación que genera desarrollo y mano de obra en distintas localidades entrerrianas y un ejemplo a seguir. El sector ganadero es el más desaprovechado, por la nefasta restricción de las exportaciones de (Guillermo) Moreno y porque es un productor muy conservador que no aplica tecnología ni invierte. En Entre Ríos, por cada 100 vacas se logran 60 a 65 terneros, con lo cual hay 35 vacas que no paren –por falta de manejo–. Hoy hay condiciones –por la superficie– para mejorar la productividad. Son un millón y medio de hectáreas agrícolas, la provincia tiene una superficie de 78.000 kilómetros cuadrados, y hay tres o cuatro millones de hectáreas de monte que hay que mejorarlo, lo cual duplicaría la producción ganadera.
—¿Qué características tuvo el desmonte por la sojización?
—Mucho se hizo sobre chacras viejas que se llenaron de renovales, montes de 20 o 30 años que se los volvió a hacer chacras y también se desmontó monte nativo. Entre Ríos tiene una superficie agrícola de sólo 200.000 o 300.000 hectáreas más que las que tenía en la década de 1960. El mayor desmonte se dio durante la etapa de Montiel. Nadie ha tenido en claro las posibilidades de la ganadería, incluyendo las organizaciones gremiales.
—¿Es un productor esencialmente conservador?
—Exactamente, mayoritariamente, aunque hay ejemplos espectaculares del manejo del monte nativo de productores que han hecho raleo, eliminado malezas, apotrerado y metido aguadas. El tajamar no puede existir más si queremos hacer una producción eficiente porque hay caracoles que le quitan productividad al animal. Tienen que ser aguadas de molino, limpia, potable y de calidad.
—¿No les ha llegado el siglo XXI?
—Igualmente hoy ya no se hacen más molinos sino pozos con bombas solares, más económicas y ecológicas.
—¿Cuáles son las mayores distorsiones y desequilibrios en el caso de Entre Ríos?
—Hay sectores muy comprometidos que requieren de políticas económicas pero también de una reconversión interna. El costo del gasoil es un factor, pero estamos produciendo gran parte de nuestro arroz con pozos surgentes y semi surgentes de 100 o 120 metros de profundidad, que necesitan 500 litros de combustible para regar una hectárea. Hay una Ley de Aguas que permite hacer pequeñas represas y grandes tajamares –como en Federal, Federación y Feliciano– que captan el agua de una pequeña cuenca, permiten regar 400 o 500 hectáreas y recuperan la fauna. Con ello se abarata el costo de la energía y por eso la producción arrocera se está yendo a Corrientes, donde sacan agua de arroyos y ríos. Así sea más barato el combustible, la producción en San Salvador y Villa Elisa no es viable, y hay que promover que se vayan hacia el norte.
—¿La citricultura?
—También está muy comprometida y desaparecerá en Entre Ríos, como se lo adelanté en 2007 a (Sergio) Urribarri. Lo poco productivo que queda está en Federación. Hay que hacer una reconversión de las plantaciones ya que no sirve de nada tener 45.000 hectáreas totalmente improductivas. Se produce un 40 por ciento de lo que se hacía hace 15 o 20 años y con una fruta de baja calidad.
—¿Es un problema de escala?
—Y de variedades y tecnología utilizada. Para ingresar a Europa competimos con Sudáfrica –que produce 60 o 70 toneladas de naranjas y mandarinas por hectárea –con variedades sin semillas. Por eso ha copado gran parte del mercado que tenía Argentina. Plantaron variedades adaptadas al mercado europeo, sin semillas y de alta calidad, y hacen ferti-riego, todo lo cual demanda inversión. Con 20.000 hectáreas, podríamos producir el doble o el triple de lo actual. Es un proceso de 10 años. El valor agregado de la fruta no está en el jugo sino en la exportación.
—¿Cuál es la producción a la cual se le puede agregar más valor?
—En la madera hay mucho para agregar. No comparto con quienes dicen que no hay que forestar, la cuestión es cómo y dónde. Para que nuestros 200 aserraderos puedan mantener su actividad, necesitamos plantar 4 o 5.000 hectáreas por año y tenemos 100.000 –sin que en los últimos años se plante nada. No hay que hacerlo todo amontonado, por el impacto ambiental –como hizo Uruguay– pero si se distribuye se puede aumentar la madera para exportación –más allá del rollizo–, con una perspectiva de futuro muy grande y compatible con el ambiente.
—¿Se pueden alcanzar puntos de equilibrio entre la optimización y aumento productivo, y el factor medio ambiental?
—Estoy convencido de que sí. El esquema de producción tradicional –si se lo hace bien, con rotación de cultivos, incorporación de la ganadería, de tambos, y prácticas de conservación de suelos– es totalmente compatible con el ambiente. Lo que pudrió todo el sistema fue la sojización, en la cual el productor tuvo esa sola opción económica. Las políticas –y exigencias– nacionales y provinciales deben apuntar a mejorar los niveles de rentabilidad y los incentivos, a la par que se puede ir desarrollando una producción orgánica seria y controlada.
 
Los unos y los otros
—¿Seguís con atención alguna experiencia o proceso en el ámbito mundial?
—El ejemplo más claro con el cual se puede comparar Argentina es Australia y Nueva Zelanda, países que en la década de 1950 estaban mucho más abajo que nosotros y nos superaron ampliamente y teniendo incidencia en el mercado mundial ganadero, lechero y producción agrícola, especialmente en el sudeste asiático, con un esquema mucho más racional desde el punto de vista ambiental. Mientras tengamos secretarios de Agricultura que estén para justificar las decisiones al ministro de Economía y al Presidente…
—¿Te resulta paradójico lo de Etchevehere?
—Lo digo por (Luis) Etchevehere –incluso cuando era ministro– como por todos los otros, porque son ejecutores de políticas en las cuales no tienen ningún tipo de opinión. (Mauricio) Macri sólo escucha a quienes le plantean cerrar el déficit, que el dólar no se escape y manejar un poquito las tasas. Nunca sería funcionario en un gobierno así, porque si no estoy de acuerdo, no acompaño. Para ser competitivos hay que exigirle al productor y a los empresarios, pero también son necesarias políticas que favorezcan la producción.
 
Retenciones: a la soja sí, a las economías regionales, no
Welschen reiteró su oposición a las retenciones a la producción y también al Impuesto a los Ingresos Brutos «porque recaen sobre quienes producen y hacen andar el país». El exvicepresidente del Senasa, no obstante, se manifestó a favor de mantener las de la soja pero aliviar la carga de las que recaen sobre las economías regionales, porque son las que «generan radicación de gente en el territorio».
—¿Cómo te posicionaste en el momento del conflicto por las retenciones y qué evaluación hacés visto en retrospectiva?
—Siempre estuvimos en contra de las retenciones porque es gravar al que produce. El impuesto que se le tiene que cobrar considerablemente al productor es el Inmobiliario y Ganancias, y tampoco coincido con el de Ingresos Brutos porque recae sobre quien produce –que es quien hace andar la maquinaria de la región y del país. Pero todo se hace en función de las necesidades de sostener un Estado que no tiene límites en sus gastos. No me preocupan tanto las retenciones a la soja sino a la carne, y la situación de las economías regionales. El lobby sojero de la industria está planteando que le bajen del cuatro al tres por ciento, lo cual no haría, pero sí al citrus, al arroz, a la lechería, a la pera, la manzana, durazno, yerba mate… que son las que generan radicación de gente en el territorio y no tiene un impacto importante en la caja del Estado. Era la discusión cuando la (Resolución) 125: ponerle a la soja pero restringir la de las economías regionales. (Roberto) Lavagna está planteando una cuestión conceptual distinta ya que cerrar el déficit fiscal aplicando más impuestos a la corta o a la larga se te vuelve en contra, porque se achica el aparato productivo. Es el vicio de los economistas. Además de achicar el gasto superfluo y dejar de tomar gente, hay que pensar en fomentar el consumo interno y la exportación
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