orge Eduardo Piaggio, defensor de Atlanta que integró aquel plantel que deslumbró al mundo con su fútbol, resume como ninguno ese contraste: mientras compartía la alegría de la consagración junto a un grupo de futbolistas de altísima calidad, su tía Élida del Pozo se sumaba a las Madres de Plaza de Mayo en reclamo por la aparición de su hijo, Osvaldo Mezaglia.

«Nosotros no nos dábamos cuenta de lo que estaba pasando, éramos chicos y estábamos muy metidos con el fútbol. Cuando viajé a Japón, ya sabía que mi primo estaba desaparecido, pero no conocía los motivos. Se había ido a hacer el servicio militar y no había regresado», contó Piaggio a la agencia Télam.

Oriundo de Conesa, un pueblo de alrededor de 5.000 habitantes cercano a San Nicolás, casi en el límite entre las provincias de Buenos Aires y Santa Fe, Piaggio estaba cumpliendo un sueño impensable. Aún sin haber debutado en la primera división de Atlanta, integraba la delegación mundialista junto a Maradona, dirigida por César Luis Menotti y con ansias de ser campeón.

«Cuando nos bajamos del avión, Diego se paró y dijo: ‘Vinimos para llevarnos la Copa’. Hicimos una especie de arenga y nos mentalizamos en ganar el Mundial. Diego ya era una gran figura, pero con nosotros era uno más. Nos divertíamos mucho, no tenía nada de vedettismo, era muy simple», recuerda el ex defensor de Atlanta.

En la Argentina, miles de hinchas madrugaban para ver el fútbol total que brindaba aquel equipo juvenil al otro lado del mundo. «Nos comparaban con Brasil del ’70 por la calidad de juego que teníamos. Éramos muy ofensivos, pero también defendíamos muy bien. Fuimos el equipo que mejor tiró el famoso achique de Menotti», destaca. Y las estadísticas lo respaldan: 20 goles a favor y 2 en contra en todo el torneo.

Ante Argelia, en los cuartos de final, Piaggio tuvo sus únicos 49 minutos de acción en el Mundial, debido a un esguince de tobillo que sufrió el zaguero titular, Juan Simón. En semifinales, el seleccionado derrotó a Uruguay por 2-0 y la final fue un 3-1 sobre la Unión Soviética.

Pero de la euforia legítima a la propaganda de la dictadura, hubo menos de un paso. Veinticuatro horas antes de la final, la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos (CIDH) había llegado por primera vez al país para verificar las denuncias sobre la desaparición forzada de personas y la violación a los derechos humanos.

«Íbamos a quedarnos unos días más en Japón para pasear y también había una posibilidad de jugar un par de amistosos, pero de golpe vino una orden de preparar las valijas y regresar rápidamente. Maradona, que se iba a quedar en Europa para una gira con la selección mayor, volvió con nosotros», rememora.

El vuelo de regreso hizo escala en Río de Janeiro, donde un avión de la Fuerza Aérea Argentina esperaba al plantel y lo trasladó hacia Aeroparque. Luego, los jugadores fueron subidos a dos helicópteros que los depositó en la cancha de Atlanta y de allí tomaron un micro que recorrió la calle Corrientes hasta la Casa Rosada, donde los esperaba el dictador Jorge Rafael Videla.

«Nos dio un discurso, dijo que éramos un ejemplo para la juventud argentina por nuestra disciplina», recuerda sobre aquella escena dentro de la Casa de Gobierno. Afuera, miles de personas habían colmado la Plaza de Mayo para saludar a los campeones.

«Mi tía había sido sacada de esa misma plaza unas horas antes por la Caballería. Me enteré cuando volví a Conesa, mi pueblo, donde me hicieron un homenaje. Me contó que había estado reclamando junto a otras madres por la aparición de mi primo, que estaba desaparecido por la dictadura. Los diarios del día siguiente mostraron la plaza llena, los festejos y la alegría», recordó.