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DIALOGO ABIERTO CON ESTELA BOVIER «Ponemos el alma en los títeres para conmover a los chicos y grandes»

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Una compañía con 150 personajes que busca llevar diversión y alivio en ámbitos donde no abunda. ¿Por qué continúan vigentes?

En el mundo de los recursos digitales asombrosos y de la animación 3D, un arte milenario y fascinante goza de buena salud. Nacieron con la imaginación, y pertenecen a todos los tiempos y lugares. Son los títeres y marionetas, algunos de cuyos registros más antiguos se remontan al Egipto de los faraones, donde se encontraron estatuas con resortes y articuladas –usadas en ceremonias religiosas y entre los juguetes destinados a los niños. Por estos tiempos y lares, Estela Bovier relata sus historias con el grupo El Canduchito.

Viale y las huellas del pueblo

¿Dónde naciste?

—En Viale. Mi papá tenía máquinas trilladoras y trabajaba en el campo. Siempre mirábamos el cielo porque de eso dependía nuestra ganancia o pérdida. Somos cinco hermanas.

¿Cómo era tu barrio?

—Mi casa estaba frente a la iglesia católica y a la escuela de las monjitas – pertenezco a la primera promoción de peritos mercantiles–, y cerca de la plaza. Eran calles de tierra, con barro en la cuneta. En el libro Huellas de mi pueblo y sus siestas con solapa cuento sobre ese tiempo. Había un lugar de encuentro que era la placita San Martín y una especie de parque que luego fue partido en diagonal por una calle. En el museo hay una réplica en madera de la iglesia, que hizo mi papá a los ochenta años –ya que le gustaba mucho la artesanía. También construyó este teatro (de títeres, lo muestra, “El Canduchito”, en memoria de él) en 2000, cuando con Elvy (Bovier) soñábamos con hacer títeres y yo escribía cuentos para chicos

¿Por qué hizo esa réplica?

—Por su gran amor por la iglesia, ya que siempre colaboró.

¿Cuándo hubo alguna transformación importante de Viale?

—La infancia de mis chicos la vivimos allá y mi marido tenía la locura por tener un campo. El gran cambio del pueblo fue por el asfalto, ya que las calles de tierra se volvían intransitables los días de lluvia.

¿Personajes?

—Hay uno a quien le dediqué uno de los relatos del libro, cuyo sobrenombre era Pataleo y de apellido Salas. Era el encargado de tocar las campanas, las cuales cuando sonaban te estremecían porque se comunicaba que pasaba algo importante. También repartía las tarjetas para los casamientos y de ahí viene el sobrenombre, porque andaba de un lado para otro.

¿A qué jugabas?

—Había pocos juguetes y mucha imaginación. Todo era al aire libre, la rayuela, la escondida, las muñecas y el teatro –en el fondo de casa. Representábamos las obras que se daban por radio y siempre tratábamos de ir cuando llegaban las compañías. Mis hermanas mayores también hacían teatro en la plaza.

El kiosco de los tíos

¿Siempre escribiste?

—Desde la época de la facultad escribía poesía y cuentos de campo, los cuales iba guardando. No me siento escritora, sino que sólo escribo.

¿Leías?

—Mucho, aunque en casa no había tantos libros, pero al lado de casa tenía unos tíos que vendían diarios y revistas. Fue mi gran locura y los jueves que llegaban las revistas, leía Patoruzú, Capicúa… Un día me quedé sin material de lectura, fui a la trastienda, descubrí “libros prohibidos para chicos” y me ligué un reto por preguntar. Lo que alcancé a ver eran mujeres con cinturitas muy pequeñas (risas).

Las chicas de Divito.

—¡Tal cual!

¿Lecturas influyentes?

—De la mano de mi hermana, El principito –que me gustó y costó entender. Aprendí a conocer a la gente por la mirada.

El secundario y el ser contadora

¿Sentías una vocación?

—Hice el secundario en una escuela comercial y se me ocurrió ser contadora –estimulada por un profesor.

¿Qué materias te gustaban?

—Me asustaron tanto con el secundario que estudié desde el primer día, me consideraron entre los mejores alumnos y cuando quise volver a ser como era en la primaria ya no pude porque sentía el compromiso de estar en el cuadro de honor y ser abanderada.

¿Dónde estudiaste luego?

—En Santa Fe, viví un año en Paraná y luego me mudé. Mientras estudiaba un compañero escuchó una publicidad para LT 9 en la cual llamaban a concurso para locutores. “Me mojó la oreja”, me presenté, estaba lleno de gente, rendí, pasó el tiempo y estuve entre los diez finalistas, así que trabajé hasta que me recibí, porque me encantó la locución. Cuando vine a Paraná trabajé en el Tribunal de Cuentas y en LT 14 con Raúl Galanti y Pedro Oilhaborda.

¿Continuabas escribiendo?

—Cada tanto sí, pero se espació bastante. En los últimos años de trabajo en el tribunal me animé a mostrarle algo a mis compañeros. Luego junté algunas historias de Viale y armé Huellas de mi pueblo –cuyo prólogo lo hizo Amalia Zapata, una escritora de Viale y tía que me estimuló mucho. Fue mi profesora de Literatura y yo no sabía sobre el parentesco, porque mi mamá era medio hermana de ella, pero como mi mamá era hija natural, no se hablaba de eso. Nunca logré que me contara algo, pero por suerte pude conocer la historia en sus últimos años.

¿Hay algo en común en lo que escribías?

—Según la etapa: cuando escribí el libro estaba con mucha añoranza por mi pueblo, así que escribí sobre mi infancia –que tengo presente.

El poder de las ganas

¿Cuál fue la primera aproximación a los títeres?

—Lo tengo que haber visto en alguna revista durante la infancia. Cuando mis hijos eran chicos teníamos unos pocos títeres, pero lo fuerte comenzó cuando mi papá me construyó el teatro. Siempre me consideré nula para las artesanías pero pudieron más mis ganas, así que me largué a pintar los telones –junto con mi hijo Mauricio y Mariela Vitor, la otra titiritera– y a construir títeres.

¿Todo de forma autodidacta?

—Sí, tal cual, somos todos autodidactas. Me largué a acompañarlo a mi hijo con la construcción de los títeres con goma espuma y trabajar con las telas. Los construíamos según los personajes que necesitábamos para los cuentos que yo escribía. Se fueron sumando, sumando, y hoy tenemos cerca de 150 títeres. Lo más pulido que hemos hecho es darnos cuenta de que necesitábamos distintos telones según las escenas. La incorporación de Mariela fue muy importante.

¿Y el aprendizaje de lo operativo?

—Desde lo básico, saber cómo se podían mover las manos y la cabeza, lentamente, y luego fuimos adquiriendo más seguridad para producir gestos. Ahora observo mucho las reacciones humanas, para incorporarlas a los títeres. Lo más hermoso que me pasa es escuchar la reacción del público frente a una historia que surgió en un momento de inspiración. Se lo deseo a todos los escritores. Un chiquito dijo “se amoraron”, por una relación de amor entre dos títeres (risas).

¿Son obras escritas específicamente para ponerlas en escena con los títeres o textos adaptados?

—Escribía el cuento y la intención era representarlo con los títeres, así que comencé a darle una estructura específica con todos los detalles –como está en mi libro Simonetta y el tesoro escondido. El texto es una invitación para que todos hagan títeres, como en el caso de las escuelas, donde las maestras lo pueden utilizar como una herramienta muy importante. Además de lo que he escrito, agregué una adaptación de un cuento de José Pedroni –quien además de un gran escritor era titiritero–, de un libro que me regaló Juan Carlos Rufanacht. Se llama La juguetería de Don Lupi y aprovecho para hablarles un poco a los chicos sobre Pedroni.

Del reciclado a la escena

¿Cuando escribís ya visualizás la conformación física del títere?

—En mi cabeza hay un personaje que luego trato de materializar.

¿Qué materiales utilizás?

—Goma espuma, porcelana fría, papel de diario y rollo de papel para cocina, tubos de cartón, todo es con material reciclado.

¿También construyen marionetas?

—Hicimos una obra –Pinocho y el fantasma de París– en la cual utilizamos marionetas, pero requiere más técnica y es totalmente distinto respecto al manejo del títere. Es palabra mayor y está dentro de nuestros planes.

¿Tus personajes predilectos?

—Tenemos uno que es Don Ambrosio, quien tiene su propio perfil en Facebook. Se considera el delegado gremial de los títeres, así que hace mucho lío. Cuando lo llevamos, armamos el “motín en el teatro”, hago la presentación, alguien me llama y es él, quien dice que “los títeres no saldrán ni habrá función”. Me chantajea y negociamos.

¿Reacciones imprevistas?

—Estamos convencidos que lo que creemos que puede llegar a producir risa puede no provocarla, y se pueden llegar a reír con otro gesto –que, por supuesto, a partir de ahí lo repetimos. En los cuentos trato de meter personajes que dejen un mensaje –más allá de la historia literal– y trato de que cada uno se identifique con un personaje, y que si está sufriendo por algo, pueda llegar a encontrar la resolución en la historia. La mayoría de la gente para la cual actuamos está sufriendo por una cuestión especial, como por ejemplo en las residencias de abuelos. Tratamos de no herirlos en lo que les falta. El personaje del profesor Einstein es muy inteligente pero tiene muchas confusiones, entonces cuando presento la obra digo que todos nos podemos confundir, “hasta el profesor Einstein”, con lo cual no hay que hacerse tanto problema. Además, tiene una mucama robot –Robotina, a quien le falta todo porque se le termina la batería–, un ayudante –El Chino Confusio–, quien confunde todo y rompe todo–, y está Resortín –un ladrón que entra a robarle al profesor una fórmula para ser tan inteligente como él. Pero toma una fórmula equivocada –la que sirve para decir toda la verdad. Este personaje –que en principio era secundario– pasó a ser importante ya que interactúa con el público. Además se enamora del robot.

¿Anécdotas?

—Muchas. Fuimos al campo –Crucesitas Séptima– llegamos y no había nadie esperándonos en la escuela porque ese día no había agua, suspendieron las clases y se olvidaron. Comenzamos a buscar a dónde ir y ofrecer una función, porque teníamos todo preparado, hasta que llegamos a una escuela, suspendieron la clase y fue una tarde muy emocionante.

¿Recordás la primera puesta en escena?

—Hicimos una en el campo, para amigos, pero la primera “oficial” fue en Viale, cuando representamos la historia de la virgen de Guadalupe –de México. Por lo general, las historias tienen que ver con algo que me pasó y marcó como vivencia. Hace un tiempo con mi esposo fuimos a Tierra Santa y cuando volví comencé a escribir la historia de Jesús de una manera simple, e hicimos los títeres de los personajes bíblicos.

“La idea es dar lo mejor de nosotros gratuitamente”

Bovier reflexiona sobre el espíritu que anima al grupo El Canduchito, la interactuación que se establece entre el títere y el público, y recuerda una particular experiencia en la Escuela Helen Keller –de chicos ciegos.

¿Por qué los títeres continúan siendo atractivos en una época en la cual niños y adultos están absorbidos –y muchas veces alienados– por las pantallas?

—Por el hecho de que “traspasa a la pantalla” –en este caso “la boca” del teatro. De pronto, el títere que está actuando sale del escenario habla con los chicos, interactúa, y eso llega mucho, porque la tele no lo puede hacer. Los chicos contestan, gritan…

¿Se puede mantener la atención?

—Tenemos algunas filmaciones y vemos que están atentos continuamente, siguiendo la historia, en silencio. En las escuelas buscamos trabajar con grupos de entre 30 y 50 chicos. La mayor experiencia fue con la Escuela Helen Keller –de chicos ciegos– y fue una sorpresa, porque no sabíamos cómo hacerlo. Consideramos que veían, entonces llevamos todo, los telones, música, todos los títeres, y antes de comenzar la función hicimos que cada chico los tocara e identificara por el nombre. Cuando se familiarizaron con el personaje, contamos el cuento y lo representamos como siempre, ya que algunos chicos podían ver algunas sombras. Fue una experiencia hermosa y nos invitaron para que vayamos nuevamente.

¿Una recomendación para los docentes en el sentido de su utilización como herramienta pedagógica?

—Que comiencen por lo simple; lo más importante es la conexión con el chico, entonces que no sean tantos títeres. La idea es que el titiritero en el momento en que actúa el títere, tenga “alma”. Es el camino para llegar a los chicos.

¿Trabajan profesionalmente?

—Sólo hacemos funciones gratuitas, por amor, y en lugares por lo general muy humildes. No vamos a fiestas de cumpleaños y reuniones por el estilo, ya que la idea es no desvirtuar el propósito, que es dar lo mejor de nosotros de manera gratuita.

¿Próximas funciones?

—Estamos por ir a la cárcel de mujeres antes de fin de año y ensayando la historia de Jesús, para ir a parroquias y geriátricos. Empezamos la gira hace cinco años y en octubre cumplimos los cinco años.

¿Algo en preparación?

—Estoy trabajando para representar con títeres una recreación de Romeo y Julieta, adaptando la obra –la recreación de una recreación– y haciendo a los personajes.

¿Tienen página en Internet?

El Canduchito, en Facebook, o por correo, estelabovier@hotmail.com

Pies de fotos

Experiencia. “Actuar para chicos ciegos fue una sorpresa, no sabíamos cómo hacerlo”.

Fuente Diario Uno Foto: UNO/Juan Ignacio Pereira

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